Un hombre comienza un enigmático manuscrito a la luz de las farolas de la calle impregnando la estela nocturna. Sus escritos terminan con una pregunta simple: ¿Cuál es el precio de las mentiras? Posteriormente, este individuo se suicida con una soga alrededor de su cuello y el prólogo de la serie se termina. Las intenciones están postuladas: la serie acaba de explicarnos en la cara que esto no va a tener final feliz.
La obra en cuestión nos cuenta los sucesos que llevaron al desastre nuclear ocurrido en la planta de Chernobyl un 26 de Abril de 1986 y sus posteriores consecuencias a lo largo y ancho del territorio soviético. Las vidas que se perdieron, los hogares que se abandonaron y el esfuerzo que se impuso en socavar los errores del pasado al tiempo que se responden preguntas cruciales para contar esta historia. Y es que le pregunto, querido lector: ¿Sabe usted exactamente por qué una planta nuclear estallaría sin previo aviso?
La respuesta no solo requiere de cinco capítulos colmados de una tensión inigualable para lo que vienen siendo guiones dramáticos a los que estamos acostumbrados. Comencé a ver esta serie específicamente por lo notable de sus puntuaciones en lo referido al portal especializado en entretenimiento IMDb, y de cómo se había llevado por delante a todas las otras series de amplia calidad como Breaking Bad, Sherlock o Game Of Thrones.
Pero con un vistazo rápido a su primer capítulo, las dudas en cuanto a la calidad que tenemos entre manos se disipan. La primera oleada de muerte surge con la propia explosión mostrándose desde lejos como si de una bella aurora boreal se tratase. Entre discusiones enfocadas a los operarios con uno de los supervisores de la fábrica, a quien con el tiempo conoceremos como el camarada Anatoli Diátlov, surge una inmensa cantidad de grafito radioactivo flotando en el aire que va justo hacia unas personas que posaban sobre un puente, contemplando la explosión presuntamente controlada como si de un espectáculo se tratase: segunda oleada de muerte.
La tercera oleada de muerte llega al finalizar este capítulo: una toma estática de un metro cúbico de césped en el cual cae un pájaro aparentemente sano pero inconsciente. Una alerta silenciosa se planta en los sentimientos de cada televidente: Chernobyl y Pripyat deben evacuarse inmediatamente aunque aún nadie lo sabe.
¿Todo esto significa que la serie es perfecta? De momento eso es debatible y lo más seguro es que la respuesta final sea negativa. Lo que sí logró la serie en su totalidad es generar un shock tan grande que vas a terminar hablando sobre ella de manera positiva, negativa u objetiva. Ese shock implica el peligro inminente que se siente en cada toma con motas de polvo en el aire, en el ensordecedor ruido de los detectores de radiación accionándose segundo a segundo o en las personas contaminadas intentando entender que morirán en segundos o en semanas. Se trata de un peligro genuinamente real, una ambivalencia latente que te consume mientras ves las historias que la serie nos presenta, y nos preguntamos qué haríamos en el lugar de ellos. O qué tanto nos atreveríamos a pagar el precio para descubrir lo que hay detrás de las mentiras.