Te voy a contar una pequeña historia: la vida y obra de un director que fue pensado como aquel que daría vida al nuevo milenio luego de que el mundo ya hubiera disfrutado de las magnum opus de artistas como Stanley Kubrik, Alfred Hitchckock u Orson Wells. Este joven director comenzaría con el pie derecho más allá de pasar bastante desapercibido en la escena con el primer live action de Stuart Little y otra obra poco notable llamada Los Primeros Amigos.
Solo con Sexto Sentido, el joven llegaría al radar de todos al postularse como aquel capaz de darte una sorpresa en una tranquila noche sobre las butacas del cine. La premisa básica de Shyamalan era simple: siempre busca sorprender a tu público. ¿Lo lograba? En 2002 llegaría a dar otro golpe en la mesa con Señales, una obra que trataba la paranoia y el miedo a lo desconocido desde un punto de vista fúnebre, con Mel Gibson protagonizando a un hombre viudo, junto a su hermano y sus hijos sintiendo la ambivalencia de una inminente invasión alienígena.
«El próximo Spielberg» le decían muchos críticos y medios de comunicación sobre el hijo prodigo. Dos años más tarde, las atmósferas de los cines se volverían a apoderar de este galardonado director cuando presentara La Aldea, una película mucho más apagada y con un misterio que impregnaba una antigua villa de tintes medievales. Pero tanto su desarrollo como su manera de desnudar el giro final ante el público no lograron convencer ni a los críticos ni a la audiencia. Fue solo entonces cuando terminamos de entender que Shyamalan ya no era joven y quizás habíamos visto todo este tiempo a un perro de un solo truco.
La Dama en El Agua (2006), El Fin de Los Tiempos (2008), El Último Maestro del Aire (2010), La Reunión del Diablo (nuevamente en 2010) y Después de La Tierra (2013) dieron a entender lo evidente. Se trataron de obras con conceptos interesantes pero ejecuciones simplonas, guiones que lograban acartonar el talento de cualquier actor, saltos a la cámara en pos de asustar como si del chasco anual de Blumhause se tratase, y giros de trama que se veían venir a kilómetros.
Pero en el medio de toda esta trágica historia, hubo algo más, un pequeño detalle que algunos pasamos por alto mientras que otros simplemente vimos como uno de los puntos fuertes de su director pero que, sin saberlo, catapultaría su carrera en pos de que notáramos su presencia una vez más.
El Protegido fue una de las obras de este director lanzada en el año 2000, contando los dolores psicológicos y monótonos de un hombre que sobrevive al accidente de un tren para terminar de comprender su don referido al soportar grandes impactos, dolores sobrehumanos o simplemente fuerza antinatural. Esta película estuvo por mucho tiempo adelantada a su tiempo al retratar el género de superhéroes con un aura mucho más sombría y melancólica de la que nos tendríamos acostumbrados a ver en años posteriores. Hablando sobre temas como el miedo a la responsabilidad, la confianza de seres queridos dispuestos a guardar un secreto, o el simplemente comprender lo que conlleva un gran poder, como nos decía el viejo Tío Ben.
Sin embargo, en tiempos posteriores a 2013, se estrenarían dos nuevas obras capaces de que el público le diera una nueva chance al director sin tanta presentación con bombos y trompetas. Un nuevo acercamiento al horror pulp de la mano de dos películas: Los Huéspedes (2015) y Fragmentado (2016).
La primera nos mostraría un falso documental sobre unos niños visitando a sus abuelos y viendo cómo las cosas se tuercen de manera tétrica más temprano que tarde. Una obra simple, carismática, efectiva en lo que busca generar en el espectador y capaz de hacer que sueltes alguna sonrisa o algún suspiro de temor de manera fidedigna.
La segunda, por su parte, buscaba ser más bien una persecución entre una colegiala secuestrada y un misterioso individuo que aparentaba tener 23 personalidades distintas. Curiosa fue la expresión del público al terminar de entender que esta película compartía mundo intramodiegético con El Protegido y automáticamente el director anunció una nueva obra que mezclaría a estos protagonistas a modo de crossover.
Comenzaron a llover ríos de tinta e incontables artículos web hablando sobre un «universo cinematográfico» de Shyamalang, y si las cosas hubieran salido así, de eso trataría este artículo. Pero finalmente salió la tercera y última película de este director: Glass, en la cual llegaron respuestas y tuvimos algo un tanto distinto: una trilogía sorprendentemente ambiciosa sobre una historia que requería en definitiva el paso de casi veinte años desde El Protegido, estrenada en el año 2000 para conservar a los mismos actores de aquel entonces con la edad exacta que tendrían sus respectivos personajes en el transcurrir de ese tiempo. Un tiempo que efectivamente por líneas de sangre también funcionaría para explicar el nexo entre Kevin, nuestro protagonista de Fragmentado y los demás personajes que entintaron la primer obra de esta trilogía.
Ahora que finalmente tenemos todas las piezas del rompecabezas… ¿vale la pena el visionado de esta obra? ¿Es suficiente un proyecto tan ambicioso para levantar de entre los muertos la carrera de un director al que se le tuvo tanta estima con el paso del tiempo? ¿O simplemente se trató de un oportunismo surgido de un guionista talentoso capaz de enlazar dos historias como de un fanfic decente se tratase?
La respuesta te va a resultar un tanto ambigua. Pero esta tercera y última parte de los sombríos superhéroes y villanos de M. Night Shyamalan consisten en una de cal y una de arena. Por un lado se nota el esfuerzo: el elenco de las anteriores dos películas está reunido y realmente se siente un aire de clímax. Una idea por promulgar todas las ideas puestas en las anteriores obras para terminar con la suspensión entre una oposición de ideas. ¿Pueden los héroes vivir entre nosotros? Y si lo hacen… ¿son un peligro como Fragmentado nos lo demostró o más bien implican un as bajo la manga de la justicia como El Protegido supo explicar en antaño?
Si hay algo que en definitiva se le puede otorgar a este director a modo de humilde brindis es que, como ya no es joven, supo aprender de sus errores. Ya no tiene el aprecio del público y eso le permitió madurar para aprender a enlazar un buen tratado sobre los temas de los que habla con un ritmo acorde al que es menester para la situación. Puesto que esta tercera película básicamente implica el aire pesado de la primera con las miradas imponentes de la segunda, y un tercer componente que abarca la capacidad de la trama por evolucionar a algo más ambicioso sin perder sobriedad.
Por otro lado, cuando llegamos a este clímax, te prometo que te vas a sentir frío. Quizás justamente porque esta sobriedad implica una contención en el marco de los acontecimientos. Después de todo no estamos viendo Marvel ni DC. Aquí no existe esa idea de que solo por haber unos buenos indudablemente estos vayan a ganar, y esa frialdad se puede sentir hasta los últimos minutos. Ya sea en el desasosiego de los protagonistas, en los oscuros pasillos del psiquiátrico en el que ocurre nuestra última aventura o en la sangre corriendo por cada movimiento que se ejecuta en este extraño juego de ajedrez.
El aviso está hecho y la historia está contada.